Proteger a los océanos es crucial para nuestra supervivencia puesto que, según reconoce la Organización de las Naciones Unidas (ONU), “impulsan los sistemas mundiales que hacen de la Tierra un lugar habitable para el ser humano”: regulan el clima, permiten la lluvia, producen oxígeno, son la principal fuente de proteínas para más de un tercio de la población mundial y más de tres mil millones de personas dependen de la biodiversidad marina y costera para su sustento. Además, absorben más del 90 % del exceso de calor del cambio climático y una cuarta parte de las emisiones de dióxido de carbono producidas por el ser humano, por lo que también son esenciales para reducir las emisiones a nivel global de gases de efecto invernadero y estabilizar el clima del planeta.
Sin embargo, el aumento de estas emisiones ha afectado la salud de los océanos, calentando y acidificando el agua del mar. Esto no solo “ha provocado cambios nefastos para la vida subacuática y en tierra firme”, asegura la ONU, sino que también “ha reducido la capacidad del océano para absorber dióxido de carbono y proteger la vida en el planeta”.
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