* Nota del Editor: Esta columna fue publicada originalmente en The Navigator, que es un boletín de la organización Rise Up For The Ocean.
Pese a que el verano está por llegar, una mañana encapotada nos recibe apenas nos acercamos a la costa, y a ratos corre un viento templado que se encarga de mecer a los árboles que desfilan junto a la carretera. Siendo mediados de diciembre, la primavera parece aferrarse incólume, negándose a dar paso a la ansiada temporada estival.
Ese mismo viento que juguetea con la vegetación se encarga también de llevar unas espesas nubes grises desde el océano a las cumbres de los cerros que conforman el anfiteatro natural de Zapallar, un idílico pueblo costero ubicado en la costa central de Chile. La naturaleza parece no saber de límites, y esta interacción mar y tierra es lo que permite que el amenazado bosque mediterráneo todavía resista y reverdezca en las alturas.
Pero ese reverdecer también encuentra eco en el océano. Todavía mantengo recuerdos vívidos de aquel 15 de diciembre de 2022, cuando asistí, por primera vez junto a mis hijos, a la celebración del primer aniversario del Refugio Marino de Zapallar. Se trata de una iniciativa liderada por el Sindicato de Pescadores de Caleta Zapallar, quienes en alianza con Fundación Capital Azul, y de manera totalmente voluntaria, decidieron destinar alrededor de 15 hectáreas de su Área de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB), donde tienen derechos exclusivos de explotación de recursos bentónicos, a la conservación. El objetivo es que, por efecto spillover, esta zona de resguardo beneficie en un mediano plazo al área extractiva. Sin embargo, a lo largo del camino también nos hemos ido encontrando con beneficios que trascienden a la restauración de la biodiversidad, lo que ya estamos empezando a documentar gracias a los datos arrojados por los monitoreos submareales.
Casi dos años han pasado desde aquel viaje en familia a Zapallar, pero mis hijos todavía guardan recuerdos memorables. La Caleta lucía engalanada para la ocasión. Kayakistas, nadadores de aguas abiertas, integrantes de la Escuela de Buceo de Zapallar, residentes y visitantes fueron parte de esta fiesta comunitaria por la conservación marina, que contó también con algunos stands de educación ambiental, uno de ellos protagonizado por Sergio Veas, presidente del Sindicato de Pescadores de Zapallar.
Fue de las experiencias más llamativas e inspiradoras que les tocó ver a mis hijos: los tesoros de Sergio, sus relatos y saberes de una vida junto al mar. Con una energía incombustible, les contó acerca de la vida marina que están protegiendo en el Refugio Marino, y por qué es importante cuidarlo. Las historias se iban conjugando con dientes de tiburones y peces disecados, apoyándose también de otros materiales educativos que hemos ido elaborando en alianza con organizaciones como The Nature Conservancy (TNC) Chile y Fundación Oceanósfera. Para mis hijos -y para muchos otros- fue una pequeña muestra del programa de educación ambiental que lidera Sergio junto al sindicato de pescadores artesanales que preside, una iniciativa que comenzó por interés y motivación propia, con mucho cariño y pasión, y que desde Fundación Capital Azul hemos intentado fortalecer y acompañar.
Ese fue un momento que los marcó. Todavía hoy mis hijos consideran a Sergio un amigo; se acercan, lo abrazan y comparten con él. Y esa es parte de la magia de los Refugios Marinos: más allá de cuidar y recuperar ecosistemas, se genera un vínculo entre personas y comunidades, una química especial que no se halla ni se percibe en todas partes, y que en Zapallar parece adquirir tintes singulares.
Desde que el Refugio Marino de Zapallar fuera inaugurado en diciembre de 2021, más de 5 mil estudiantes de distintos establecimientos educacionales de la comuna y sus alrededores han llegado hasta la caleta para conocer, de la mano de los propios pescadores artesanales, sobre el Refugio Marino, su vida marina y la importancia de cuidarlo. Y esto no solo ha sido dirigido hacia la niñez: adultos mayores y otros grupos y actores locales también han comenzado a vincularse con la caleta de pescadores a través de distintas actividades que, con el Refugio Marino en el centro, han comenzado a fortalecer el tejido social. El cambio es notorio: hoy los pescadores artesanales de Zapallar son vistos con otros ojos por la comunidad, ya no como los depredadores del mar, sino que como quienes están dejando un legado para las futuras generaciones.
Hoy Zapallar es la punta de lanza de una nueva forma de hacer conservación marina en Chile: un modelo que permite combinar conservación y productividad en un mismo sistema, y donde la pesca artesanal cumple un rol protagónico no solo en la restauración de ecosistemas y en la mejora de sus medios de vida, sino que también a la hora de transitar hacia comunidades más resilientes y con conciencia ambiental.
Además de Zapallar, las localidades de La Polcura, Cachagua, Maitencillo y Ventanas también han ido fortaleciendo de manera colaborativa este modelo, que a principios de 2024 marcó un hito al lograr su reconocimiento dentro de las políticas públicas de Chile en el marco de la nueva Ley Bentónica bajo la figura de “Zonas Voluntarias de Protección”.
Fundación Capital Azul viene trabajando desde el año 2016 en su programa de Refugios Marinos, que hoy, con esta nueva normativa y el reciente apoyo de organizaciones como BHP Foundation, encuentra nuevas oportunidades para que los Refugios Marinos puedan convertirse en polos de desarrollo sostenible a lo largo de toda la costa de Chile, incentivando a quienes se dedican a la pesca artesanal y sus familias a no depender únicamente de la extracción de recursos, diversificando sus fuentes de ingreso a través actividades como el ecoturismo, la ciencia y la educación.